“La diferencia entre lo ordinario y lo
extraordinario radica simplemente en ese extra”
Apto para comer sin
gluten
Comemos muchas, pero
muchas veces fuera. Hoy por allí, cerca del lugar de trabajo, mañana por allá
buscando un plato que nos haga sentir plenos, satisfecho sin temor a
equivocarnos para no pagar las consabidas consecuencias gástricas que conlleva
las guiznadas ajenas. Pero siempre, y eso hay que recalcarlo en MAYÚSCULAS,
vamos a reclamar a los que ponen cualquier cosa, y lo presentan como celestial.
Nos dejamos engañar, sí, claro, pero porque miramos más lo que se paga que lo
que se come y entonces colocamos el cubierto en el lugar que corresponde y no dimitimos,
que en tiempos convulsionados, donde comer mal es un buen negocio, sea
ocurrencias de algunos que te cuentan que la merluza de pincho es Gallega y en
realidad es una volanta congelada ó que el revuelto que te ostentan como
divino, no es más que un mucho de todo reciclado con otra salsa para tapar
gustos. Ni hablar ciertamente, de los filetes esos que se anuncian como carne
excelente y no es más que vaca vieja, eso si llega a serlo. Claro está, que los
que se dejan engañar, y saben que lo están haciendo, son mayoritariamente los
cómplices de estos chupipandas advenedizos que dicen saber lo que no saben y
conocer los secretos de la eterna cocina y sus disfrazados, y para colmo de
males, e incontestable, no hacen más que querer inventar la pólvora que ya está
más que descubierta y haciendo los estragos que hace en manos de unos
descerebrados, van y vienen con el estandarte de consejeros de las buenas
formas y profundo sabedores de la mesa y sus menús. Si a este despropósito, el
sumamos que los políticos se tropiezan con su propia sombra, actúan a salto de
mata y no dicen sino digo Diego y digo lo que me canta, y para coronación, la
gasolina vuelve a las andadas. Ni les cuento el panorama que tenemos por
delante. No es raro que cada día algo deje de funcionar ó que se vaya al garete
por caduco, pero aún así, y a pesar de todo, ya es bastante desalentador que
suene el despertador por la mañana y escuchar que otra cosa no va bien, y que
la economía está hecha una caca. Y como esto es así, y es un hecho, entonces, que
nada ni nadie, te impida disfrutar una buena ración de Strudel Vienés…..Dice la
historia por allí que los muchachos del imperio Otomano ya estaban duchos en la
cocina de este preparado que como postre dulce. Por aquel entonces, unos
cuantos pasteleros cortesanos, buscaban la receta perfecta en la época de la
gloria vaporosa del imperio austrohúngaro para una alternativa del postre
Baklava. Con el tiempo se ha perfeccionado hasta el grado máximo de placer
dulce con un buen café, ó un chocolate, pero el quid de la cuestión es el
hojaldrado que nos tienta. El amasado de un pequeño bollo en manos expertas, sobre
todo de la cocina antigua, puede llegar a límites tan finos que su grosor y
textura se asemeja a un látex.
Este procedimiento tan particular y delicado ya
se encuentra grabado en las cocinas de Topkapi desde los años 1400, poniendo de
manifiesto una delicatesen de los sultanes. Como muchas páginas se han escrito
al respecto, nos vamos directamente a la cocina y comenzamos nuestro resultado.
El secreto más secreto de este postre, es el hojaldre. Podemos involucrarnos en
un amasado largo y tedioso, ó podemos tener la masa ya elaborada. Diferencias,
pues si, tiempo en hacerlo también, pero la finalidad es la misma, ó más ó
menos parecida. Lo primero que realizaremos, será hacernos con buenas manzanas que
después de peladas y cortadas en cubos pequeños, que pondremos en una olla con
tres cucharadas de azúcar, una cucharada de mantequilla y un chorrito de vino
blanco. No más de cuatro ó cinco, porque si no haremos muy gordo el relleno,
Hay en algunas partes del norte de Italia y sur de Austria que ponen un buen
chorro de ron en lugar de vino blanco. Ponemos también un puñado de uvas pasas
y una pizca de canela, muy pequeña, para que no quede demasiado fuerte con este
gusto. Dejamos que a fuego lento se haga una compota suave y poco densa.
Mientras tanto amasamos el hojaldre en una superficie enharinada y estiramos la masa
inicialmente con el rodillo y después, metiendo la mano por debajo y estirando
hasta que prácticamente esté transparente. La tradición dice que hay
que poder leer el periódico a través de
la masa, pero tampoco hay que exagerar. Una vez estirada, la ponemos sobre un
paño amplio de cocina enharinado que nos servirá después para enrollar el
strudel. Si usamos harina normal, pondremos unos 300 gramos por cada 100 cc de
agua, con una buena cucharada de aceite y un huevo con un pellizco de sal. Si
usamos harina sin gluten, debemos tener en cuenta que le faltará el germen que
hará la consistencia y elasticidad de la masa, por lo tanto debemos agregar una
cucharada sopera de fermento natural ó levadura sin gluten. Sobre la masa volcamos el relleno y lo
extendemos de forma uniforme y comenzamos a enrollar. Doblamos lo bordes y
hacemos un repulgue para que no se nos escape el relleno. Pintamos con huevo y
espolvoreamos bien con azúcar negro y ponemos en el horno a una temperatura de
180 grados por unos 35 a 40 minutos, según pinte el dorado que nos guste. Y qué
decir cuando sale de horno, cuidado, no se quemen. Lo prueban, si, pero después
de un ratito, porque quema y quema mucho y el relleno conserva por tiempo muy
largo el calor. Llegados a este punto,
nos sumergiremos en la exploración de esas realizaciones garabateadas en “il ricettario”,
para encontrar los preparados y combinados que harán las delicias de quienes
nos acompañan en el camino, y descubramos en el trayecto, que no quedan reseñas
ni relatos por contar.
“El cocinero en casa”