lunes, 12 de febrero de 2024

 Una sopa de hace años

“A veces algunas decisiones equivocadas nos llevan al lugar apropiado y nadie sabe ni cómo ni cuándo está el final de las consecuencias”.

Los destinos, los acasos, las venturas y los fines de cada uno están escritos en alguna parte del cosmos, en alguna página de ese libro sideral que es imposible reeditar y que ni nada ni nadie puede hacer nada para cambiarlos. Nos creemos, ó mejor dicho, nos auto convencemos que con las intenciones ó con la esperanza se logre un rumbo diferente. Nada más remotamente insustancial y alejado de una infinita y manifiesta realidad. Las cosas pasan porque tienen que pasar y ya. La literatura y los conceptos románticos son para los idealistas de la existencia que sueñan con flores de colores en el paraíso universal. Tanto bien común, tanto pluralismo, tanta empatía y tanto progresismo, atrofia las neuronas y nos está llevando a un descalabro total que va a ser muy difícil arreglar.

“Encontrar a alguien que tenga el mismo caos de vida que tu, es excepcional y no tiene precio”.

Es cuestión de tiempo que todo pase.

Nos vamos a sumergir en este recorrido, y para hacer honor al “ricettario” de esa cocina antigua que guisamos hoy, en un plato que comenzó en gusto hace mucho tiempo, vamos como casi unos 6000 años. A la par que los ladrillos, los caldos, los panes, las masas, los quesos y los fermentos, las consecuentes sopas, se iniciaron como base suculenta de alimentación. Se empezaron a preparar después de un proceso en el que el primer instinto era la conservación del puchero. Bueno, de los comestibles hablamos, claros, porque los ladrillos nos han dado un juego hasta estos días presentes más que diversos en la arquitectura de graneros, depósitos, bodegas, cavas, despensas, molinos, silos y tantos y tantos otros recintos que siguen impertérritos después de años y años, en el uso y rutina en el almacenaje y protección de alimentos como algunos platos y preparados de antigua receta. Bueno a lo que vamos, la sopa. Dice por ahí en algunos escritos y otros tantos manifiestos, que la sopa como tal se inició en un cuenco de piedra tallado por la naturaleza y el ingenio de algunos en aquellas épocas por la supervivencia, puso dentro de ese cuenco con agua, una piedra caliente. De hecho, existen evidencias arqueológicas que acreditan que en el sur de Francia, en Eyzies, en las cuevas de este nombre, se pueden encontrar restos de esta astuta demanda culinaria, y se ve donde en los huecos naturales de las piedras se incorporaban otras previamente calentadas al fuego que servían para la cocción del menjunje de turno. Todos los comienzos fueron alucinantes y desternillantes de asombro. Después, cuero curtido, luego barro y con algunos ingredientes vegetales y algún trozo de carne de caza. El caldo que se lograba era susceptible de consumo como base e inicio de otros tantos subproductos aptos de cambio y agregados con el ingenio del cocinero, para una sopa de pan. Si seguimos en el mismo camino de las letras que describen los itinerarios del invento, descubrimos que la sopa de pan no solo ha sido la primera en su consumo como tal, sino que ha mantenido a lo largo de muchas campañas, de capa y espada el gusto de tantos y muchos que transitaron e hicieron empresa hasta hoy. Ejércitos conquistadores de territorios tuvieron como único sustento una sopa en cualquier momento, lluvia, frío ó calor. Dejando muy de lado a esos youtubers de poca altura gourmet y con el estúpido concepto de pseudo gastrónomos que consideran las sopas de pote como cocina sencilla más que otra inventiva, que alerten a su escaso sentido del gusto y que dejen el postureo aparcado fuera de los fogones y disfruten fuera de cámara, una exquisita sopa de pan como se debe. No confundamos sopa de pan con sopa castellana y aunque hay una sutil semejanza, son diferentes. Una es más ligera que otra.

“Puede vivirse una eternidad, con solo una mirada”.

La sopa de pan ha sido desde su invento muy sencilla y a la vez sustanciosa. No es más que unas rebanadas de pan, en lo posible de pan oreado ó seco, en el fondo de un cuenco bañada con un sabroso caldo que se deriva de sí mismo. Puede haber algún que otro agregado a la base, pero el concepto original desde tiempos en que la cuchara de madera y el cuenco de barro hicieron escuela en las cocinas de aldea y alimentaron generaciones, no es otro más que rendirse a la satisfacción de lo sencillo. El caldo variará de acuerdo al sitio donde se prepare el menjunje y de acuerdo a la idiosincrasia del ejecutor. He tenido oportunidades diversas en deleites y sabores de unas buenas y otras muy malas sopas de pan, alguna que otra muy variada en conceptos y con muchas cosas dentro, además del pan, pero en definitiva descubrimos que hay tantas sopas de pan como cocinas para prepararlas.

“Si realmente quieres algo, no lo dejes como un sueño”.

En Bulgaria he podido probar una sopa de pan digna de reyes, la llaman “papara”. La sopa de pan polaca no es una sopa de pan, es una sopa en pan, literal, se presenta una sopa dentro de una hogaza de pan de centeno y no es lo que expresamente buscábamos para degustar. Así que sin más y llegando a la sopa de pan por excelencia que vamos a preparar en cocina, nos ponemos prontos al paladeo de la causa tal y cual se preparaba en las cocinas esas que no eran más que cuatro piedras rodeando un fuego con un pote lleno de cualquier cosa válida para ser consumido y buscamos los ingredientes para el proyecto.

Con cuatro ó cinco rodajas de pan oreado, un diente de ajo, un trozo de grasa y una pizca de sal, tenemos suficiente para hacer realidad el invento. No había nada más que pocas cosas y elementos sencillos para poder elaborar suculentos manjares en aquellos inicios culinarios. Dice alguna página de la historia, que las cocinas fenicias fueron la escuela que se proyecto en las tierras que iban avasallando, y que la cocina egipcia fue la secuela que el imperio romano desperdigó por el mundo para un lado y el imperio mongol para el otro. Después hablan de inclusivo, si es que al final se llega a la conclusión de que tanto concepto de integración e intelectualismo mengua el cerebro. En fin,….un poco de todo lo demás como pimentón dulce ó picante, depende a quién le guste más ó menos fuerte de sabor, agregar unos taquitos de jamón curado y si nos ponemos exquisitos, un huevo por ración, un toque de todo y bla, bla,bla,… no nos va a quitar el concepto original del brebaje.

“Vive el día como viene porque lo que presumes no será nunca”.

En un cazuela de barro ponemos a derretir el trozo de grasa que habremos elegido, puede ser panceta gorda. En la grasita que va soltando ponemos unos cuantos dientes de ajo machacados, cuanto más pongamos más sustento tendrá el caldo al final. Cuando los ajos comiencen a tomar color y la grasa esté bien disuelta ponemos los trozos de pan para que se rehoguen en el menjunje e inmediatamente cubrimos con agua y una pizca de sal. Dejamos un buen rato que se hierva y quitamos la cazuela después de un tiempo del fuego para que se revenga. El aroma y el gusto no se pueden escribir, pero se pueden describir, y describiendo el gusto y el aroma de esto,…es sublime. Los mismos pasos y con pan sin gluten, llegamos al mismo resultado,.... exquisito.

Y ya está el invento sustancioso que hizo de generaciones y conquistadores con el estomago lleno, dueños de tierras lejanas. En nuestro argumento, y con la sola finalidad de foto, porque de hecho ya está exquisita, le vamos a poner un extra como pimentón picante. 

Llegados a este punto, nos volvemos a la exploración de esas páginas y trabajos garabateados en “il ricettario”, para escudriñar los preparados y armados que harán las delicias de quienes nos acompañan en el camino, y encontraremos en el trayecto, que nos quedan muchas cocinas por descubrir y secretos con muchas reseñas por contar.

“El cocinero en casa”