Una sopa de hace años
“A veces
algunas decisiones equivocadas nos llevan al lugar apropiado y nadie sabe ni
cómo ni cuándo está el final de las consecuencias”.
Los destinos, los acasos, las venturas y los fines de cada uno
están escritos en alguna parte del cosmos, en alguna página de ese libro
sideral que es imposible reeditar y que ni nada ni nadie puede hacer nada para
cambiarlos. Nos creemos, ó mejor dicho, nos auto convencemos que con las
intenciones ó con la esperanza se logre un rumbo diferente. Nada más remotamente
insustancial y alejado de una infinita y manifiesta realidad. Las cosas pasan
porque tienen que pasar y ya. La literatura y los conceptos románticos son para
los idealistas de la existencia que sueñan con flores de colores en el paraíso
universal. Tanto bien común, tanto pluralismo, tanta empatía y tanto progresismo,
atrofia las neuronas y nos está llevando a un descalabro total que va a ser muy
difícil arreglar.
“Encontrar a
alguien que tenga el mismo caos de vida que tu, es excepcional y no tiene
precio”.
Es cuestión de tiempo que todo pase.
Nos
vamos a sumergir en este recorrido, y para hacer honor al “ricettario” de esa
cocina antigua que guisamos hoy, en un plato que comenzó en gusto hace mucho
tiempo, vamos como casi unos 6000 años. A la par que los ladrillos, los caldos,
los panes, las masas, los quesos y los fermentos, las consecuentes sopas, se iniciaron
como base suculenta de alimentación. Se empezaron a preparar después de un
proceso en el que el primer instinto era la conservación del puchero. Bueno, de
los comestibles hablamos, claros, porque los ladrillos nos han dado un juego
hasta estos días presentes más que diversos en la arquitectura de graneros, depósitos,
bodegas, cavas, despensas, molinos, silos y tantos y tantos otros recintos que
siguen impertérritos después de años y años, en el uso y rutina en el
almacenaje y protección de alimentos como algunos platos y preparados de
antigua receta. Bueno a lo que vamos, la sopa. Dice por ahí en algunos escritos
y otros tantos manifiestos, que la sopa como tal se inició en un cuenco de
piedra tallado por la naturaleza y el ingenio de algunos en aquellas épocas por
la supervivencia, puso dentro de ese cuenco con agua, una piedra caliente. De
hecho, existen evidencias arqueológicas que acreditan que en el sur de Francia,
en Eyzies, en las cuevas de este nombre, se pueden encontrar restos de esta astuta
demanda culinaria, y se ve donde en los huecos naturales de las piedras se
incorporaban otras previamente calentadas al fuego que servían para la cocción
del menjunje de turno. Todos los comienzos fueron alucinantes y desternillantes
de asombro. Después, cuero curtido, luego barro y con algunos ingredientes
vegetales y algún trozo de carne de caza. El caldo que se lograba era
susceptible de consumo como base e inicio de otros tantos subproductos aptos de
cambio y agregados con el ingenio del cocinero, para una sopa de pan. Si
seguimos en el mismo camino de las letras que describen los itinerarios del invento,
descubrimos que la sopa de pan no solo ha sido la primera en su consumo como
tal, sino que ha mantenido a lo largo de muchas campañas, de capa y espada el
gusto de tantos y muchos que transitaron e hicieron empresa hasta hoy. Ejércitos
conquistadores de territorios tuvieron como único sustento una sopa en
cualquier momento, lluvia, frío ó calor. Dejando muy de lado a esos youtubers
de poca altura gourmet y con el estúpido concepto de pseudo gastrónomos que
consideran las sopas de pote como cocina sencilla más que otra inventiva, que
alerten a su escaso sentido del gusto y que dejen el postureo aparcado fuera de
los fogones y disfruten fuera de cámara, una exquisita sopa de pan como se
debe. No confundamos sopa de pan con sopa castellana y aunque hay una sutil semejanza,
son diferentes. Una es más ligera que otra.
“Puede
vivirse una eternidad, con solo una mirada”.
La
sopa de pan ha sido desde su invento muy sencilla y a la vez sustanciosa. No es
más que unas rebanadas de pan, en lo posible de pan oreado ó seco, en el fondo
de un cuenco bañada con un sabroso caldo que se deriva de sí mismo. Puede haber
algún que otro agregado a la base, pero el concepto original desde tiempos en
que la cuchara de madera y el cuenco de barro hicieron escuela en las cocinas
de aldea y alimentaron generaciones, no es otro más que rendirse a la
satisfacción de lo sencillo. El caldo variará de acuerdo al sitio donde se prepare
el menjunje y de acuerdo a la idiosincrasia del ejecutor. He tenido
oportunidades diversas en deleites y sabores de unas buenas y otras muy malas
sopas de pan, alguna que otra muy variada en conceptos y con muchas cosas
dentro, además del pan, pero en definitiva descubrimos que hay tantas sopas de
pan como cocinas para prepararlas.
“Si realmente quieres algo, no lo dejes como un
sueño”.
En
Bulgaria he podido probar una sopa de pan digna de reyes, la llaman “papara”.
La sopa de pan polaca no es una sopa de pan, es una sopa en pan, literal, se
presenta una sopa dentro de una hogaza de pan de centeno y no es lo que
expresamente buscábamos para degustar. Así que sin más y llegando a la sopa de
pan por excelencia que vamos a preparar en cocina, nos ponemos prontos al
paladeo de la causa tal y cual se preparaba en las cocinas esas que no eran más
que cuatro piedras rodeando un fuego con un pote lleno de cualquier cosa válida
para ser consumido y buscamos los ingredientes para el proyecto.
Con
cuatro ó cinco rodajas de pan oreado, un diente de ajo, un trozo de grasa y una
pizca de sal, tenemos suficiente para hacer realidad el invento. No había nada más
que pocas cosas y elementos sencillos para poder elaborar suculentos manjares
en aquellos inicios culinarios. Dice alguna página de la historia, que las
cocinas fenicias fueron la escuela que se proyecto en las tierras que iban avasallando,
y que la cocina egipcia fue la secuela que el imperio romano desperdigó por el
mundo para un lado y el imperio mongol para el otro. Después hablan de
inclusivo, si es que al final se llega a la conclusión de que tanto concepto de
integración e intelectualismo mengua el cerebro. En fin,….un poco de todo lo
demás como pimentón dulce ó picante, depende a quién le guste más ó menos fuerte
de sabor, agregar unos taquitos de jamón curado y si nos ponemos exquisitos, un
huevo por ración, un toque de todo y bla, bla,bla,… no nos va a quitar el
concepto original del brebaje.
“Vive el día
como viene porque lo que presumes no será nunca”.
En
un cazuela de barro ponemos a derretir el trozo de grasa que habremos elegido,
puede ser panceta gorda. En la grasita que va soltando ponemos unos cuantos
dientes de ajo machacados, cuanto más pongamos más sustento tendrá el caldo al
final. Cuando los ajos comiencen a tomar color y la grasa esté bien disuelta
ponemos los trozos de pan para que se rehoguen en el menjunje e inmediatamente
cubrimos con agua y una pizca de sal. Dejamos un buen rato que se hierva y
quitamos la cazuela después de un tiempo del fuego para que se revenga. El
aroma y el gusto no se pueden escribir, pero se pueden describir, y
describiendo el gusto y el aroma de esto,…es sublime. Los mismos pasos y con pan sin gluten, llegamos al mismo resultado,.... exquisito.
Y ya está el invento sustancioso que hizo de generaciones y conquistadores con el estomago lleno, dueños de tierras lejanas. En nuestro argumento, y con la sola finalidad de foto, porque de hecho ya está exquisita, le vamos a poner un extra como pimentón picante.
Llegados a este punto, nos volvemos a la exploración de esas páginas y
trabajos garabateados en “il ricettario”, para escudriñar los preparados y
armados que harán las delicias de quienes nos acompañan en el camino, y
encontraremos en el trayecto, que nos quedan muchas cocinas por descubrir y
secretos con muchas reseñas por contar.
“El cocinero en casa”