“El
paso de un minuto antes ó un minuto después, es suficiente para alterar el
trascurso de una vida”
Apto para tomar sin
gluten
Los recovecos
enarbolados con cuestas y bajadas que parecen de cuento, con adoquines en las
aceras y multicolores plantíos colgados de los balcones, invitan a perderse en
el tiempo en una ciudad que no para aunque llueva y el aire se muestre
antipático. Así es Lisboa. No me canso de andar y andar por sitios que he
pasado una y otra vez aunque ya los haya repetido infinidad de veces.
Los
aromas, los ruidos tan distintos de los rieles del tranvía, los agudos
chirridos de las motonetas taxi, el alboroto del gentío, la plaza del comercio,
se hacen invisibles
al sentido y engaña la percepción a que no te parezca una urbe mundana a pesar
de que no para un instante. Pero lo que realmente es un argumento aparte y
donde el mundo no le ha dado la relevancia que se merece y relegado sus gustos
dejando en el olvido un patrimonio exquisito, es en las cazuelas de barro y sus
contenidos. Bien es sabido que la mesa de los lusos es muy similar a la mesa
gallega, en gustos por la chacinería ahumada, por las legumbres, por el bacalao
y por las carnes de buen pasto, pero la mano de muchas similitudes no hace el
resultado y muchos platos son únicos a pesar de su coincidencia. Y caminado y
repasando en memoria esos recodos vistos una y otra vez, con aire de nostalgia
por los buenos momentos con mejor compañía y risas por medio,
llegamos hasta Marítima
das Colunas a un paso del museo del fado. Recomiendo algunas cosas antes de
llegar y encontrarse sin cabida. No es un lugar de turistas conocido y los
lugareños se apiñan para comer uno de los mejores platos de bacalao de muchos
sitios de los que he visitado. Los parroquianos no les van a decir dónde queda
porque no les interesa que se llene de chanclas y calcetín de tres cuartos que
no van a apreciar el fondo de la cocina. Y sobre todo, si ya saben dónde está y
tienen conocido el gusto, lleguen con tiempo para no esperar toda una eternidad
a sentarse, los platos hacen honor a la mejor cocina regional desde hace mucho
tiempo. Y ya puestos en función vamos al plato estrella que nos ocupa en este
momento y del que vamos a hacer buena cuenta en nuestra cocina después de la
prueba. El bacalao a la crema en cazuela de barro es uno de los ancestros de la
cocina lusa. Dice la historia por allí, que los fenicios ya secaban bacalao 700
a.C. en las costas de todo el territorio y que después los romanos con sus
ansias de conquista consiguieron mejorar el sistema que aún hoy se conserva
desde las primeras cocinas de antiguo. Mucha agua ha pasado bajo el puente y los
vaivenes de cortesanos y populacho entrando y saliendo en campañas al mar,
dejaron la herencia enriquecida de nuevos ingredientes que hacen hoy de la
nueva cocina, un lujo para los sibaritas del buen comer. El bacalao a la crema
que vamos a preparar, no lleva nada de extraordinario más que la exquisita
combinación de productos sencillos y fáciles de conseguir.
La prueba nos dejó
un sabor de boca delicioso y después de anotar cada detalle en nuestro cuaderno
de viaje, nos ponemos con nuestra prueba. Un buen lomo de bacalao, una cazuela
de barro, una cebolla, un diente de ajo, un chorrito de aceite de oliva, unas
patatas, queso para gratinar y nata fresca, son los ingredientes suficientes
para preparar nuestro plato. Y visto todo esto, nos vamos a nuestro reducto y
comenzamos poniendo una cucharada de aceite en una sartén para blanquear la
cebolla junto con un diente de ajo. Pondremos la patata cortada en láminas muy
finas junto con este estofado y dejamos que se sofrían sin llegar a que queden
crujientes, es en ese instante cuando agregamos el bacalao desmigado y hacemos que
todo el conjunto se cocine un momento. Agregamos la nata, salpimentamos y
mezclamos con cuidado antes de pasar todo a la cazuela de barro, para luego cubrir
con queso para gratinar. Dejamos en horno por espacio de unos minutos y listo
el tentador y cautivador resultado. Llegados
a este punto, nos sumergiremos en la exploración de esas realizaciones
garabateadas en “il ricettario”, para que con los preparados y combinados se hagan las delicias de quienes nos
acompañan en el camino y entremos en un trayecto en el que no queden reseñas ni
relatos por contar, y el resultado sea la parte final del itinerario que implique solo en regocijarnos en desenlaces memorables.
“El cocinero en casa”