“Las
posesiones que dejamos en el mundo,
son la
huella y trayectoria,
por las que
se valora nuestra vida.-“
Tú, qué has
hecho hoy..??
Apto
para celíacos
Después
de algún tiempo,……. caminando por desvencijadas callejuelas y descubriendo algunos
rincones inimaginables del mundo, buscando esa receta que me haga sentir
ilusionado con el fogón de antes, me he encontrado de frente con un plato que
ha hecho rememorar mis inicios en la cocina de la abuela. En un remoto caserío en
el Piemonte profundo, y con tan solo treinta dos residentes fijos, porque todos
los que deambulan y abundan por allí, son solo caminantes del mundo y zapatos
de paso, Scareno, me ha cautivado perdidamente. Buseca,….. callos, trippa,
mondongo,….. hoy vamos a preparar buseca, y buseca de la antigua. Hay cantidad
de formas y maneras para preparar este pase,
a la madrileña, ó a la gallega, a la andaluza, ó a la extremeña, a la riojana,
ó a la burgalesa, alla romana, ó alla fiorentina, alla parmigiana, ó alla
contadina, alla milanese,…..y más y más,….. y no por mucho capricho de un
nombre, quiere decir que sean mejores ó peores, sino que son diferentes,….nada
más……y nada menos. La receta de esta buseca, es una de esas que dice tradición
hacerla como manda protocolo, la más arraigada de la costumbres de la abuela,
pero que sin duda habrá unas cuantas y muchas más apetecibles, que de acuerdo a
paladar, …….. me llegarán ipsofacto reivindicando sabores, después de publicar
ésta.
Los
callos, el mondongo, panza ó trippa, preparados de la manera que fuere, tienen
como amantes a muchas y muchos que se deleitan mojando pan en esa salsa deliciosa
que es resultado de varias horas de cocción a fuego lento,…..muy lento. Se
sirve generalmente en cazuela de barro muy caliente y acompañado de buen pan
casero, por supuesto, con un buen vino, uno de esos que se encuentra en aquella
barrica “olvidada” y que solo nos acordamos de ella en momentos muy especiales,
para un deleite privativo. Nadie se tiene que llevar a engaño, éste dispuesto
procede de la casquería del vacuno, es el estómago de la vaca, ternera ó
novillo que inmediatamente luego de un buen proceso de limpieza, está listo
para su cocción. Sin dudas, es un plato que no solo sorprende por su
exquisitez, sino que es encantador, tanto así, que es fácil servir una cazuela
hasta en los mejores eventos de orden tradicional y en cualquiera de sus circunstancias.
Y ya, después de una charla ilustrativa, nos vamos a la cocina de la mano de Gianna
Spolaro, que regenta desde hace muuuucho tiempo l´Albergo Spolaro, para que nos
plantee una exquisita buseca en la letra más antigua que he descubierto y que no
ha cambiado en casi nada del modo que hoy conocemos este final.
Lo primero que
haremos después de haber estado aleccionados en el trance y antes de comenzar a
meter mano en el asunto, ya en nuestra cocina, será acondicionarnos un sustento
suplementario, vamos, para ambientarse del mismo modo en el que estuvimos
inmersos durante nuestro viaje, y esto es, ni más ni menos, unos trozos de buen
pan casero, uno de esos chorizos justos en su tiempo de corte, un vino en combinación,
un Chianti, por ejemplo, y prodigiosa compañía para el acontecimiento.
Es
fundamental esta última parte. La cocina se empieza a disfrutar desde la puesta
en escena, y los complementos y el corro hacen que sea diferente. Ya listos con
el bagaje, para estar en plena disposición culinaria, charla y risas
aproximadas, comenzamos a limpiar unos callos, mondongo ó panza para su óptima
presentación. Los lavaremos con una buena cantidad de sal gorda, abundante agua
y finalmente con vinagre como si estuviéramos fregando un trapo en la fuente.
Menos mal que ya se encuentran muy limpios y listos para su consumo en los
establecimientos modernos, porque no veo que muchos de los ayudantes de hoy, se
arreglen para esta conclusión., están más dispuestos al pan con chorizo que a
las trippas.
En fin, los callos están listos para su rendición y solo vamos a
usar el mondongo, no usaremos ni morro ni pata ni oreja, porque haremos la
cocina propia que usaba cada una de las partes del animal para cada plato, y en
esa época, de la cocina de pueblo, y pueblo pobre, los derivados del cerdo eran
para una cosa y los del vacuno para otra. Sí, le pondremos el producto
terminado del cerdo, chorizo, morcilla, panceta, que ya elaborado con
anterioridad, se guardaban bajo buen recaudo para acontecimientos como estos.
En la cocina española, y en cualquiera de sus preparados, a los callos se le
pone morro, pata y una punta de jamón, garbanzos, alubias blancas y de acuerdo
a la región que se aposte el caldero, alguna que otra verdura con el sofrito de
turno. Esto lleva a una consecuente transformación del plato original. Pero
como ya hemos dicho, haremos la receta tradicional y de la que partieron todos
sus derivados. En una olla grande, si es posible en una de esas de hierro tipo
caldero, pondremos a hervir el mondongo sin cortar, entero a ser posible, por
eso la olla grande, y cuando comienza a hervir, lo dejamos unos cinco minutos y
lo retiramos. Dejamos que se enfríe un momento para comenzar a cortar la pieza
en trozos, ni tan pequeños que sean ridículos ni tan grande que resulten
obscenos.
Por otro lado cortamos unas cebollas, unos dientes de ajo, unos
pimientos rojos y unos tomates maduros. Tenemos en cuenta que esta verdura como
tal, en este caso el tomate, se sumo mucho después en el recetario y los
preparados de la cocina italiana, haciendo referencia a este espectacular
ingrediente como pomo d`oro, “manzana de oro”, traducción del recetario
francés, y debido a la particularidad de que eran más bien de revelación
amarillenta y no precisamente muy rojos tal y como los encontramos en las
huertas de hoy. No hay que correr mucho para encontrar escritos de la época en
que daban cuenta de la llegada de los barcos a puertos españoles desde el continente
americano, y leer los relatos que reflejaban el rechazo hacia productos exóticos,
a los que se consideraba una nimiedad absoluta. Allá por 1890, se escribió en
una conocida publicación culinaria que tiene vigencia en nuestros días, "Los tomates se comen crudos con ó sin
sal, y en nuestro país, sobrio por demás, forman con el pan el desayuno del
trabajador y el tente en pie del pobre, porque un tomate en su época no tiene
ningún valor, pues vale el kilo lo que un sello del interior”. De más está
decir que muy equivocado estaba el señor Muro con esto, y gracias a los grandes
cocineros de las eras en que hacían cualquier cosa para progresar, no se
dejaron convencer por los de siempre, porque esos desleales del gusto, en todas
las épocas los ha habido. Bueno, pues bien,….. nuestra buseca lleva tomate, y
del bueno,….. ese de color rojo fuerte, maduro y perfumado, cebolla cortada en pluma,
ajo laminado, pimientos rojos cortados y no pimientos morrones, sabiendo desde
ya que el tipo de pimientos que usaremos ya habían sido mencionados en los
recetarios de Tirtamo en el año 370 a.C. como piperve crudum longum. Pondremos
además, chorizo colorado, morcilla y panceta fresca, una cucharada de pimienta
negra en grano, una pizca de sal y una cuchara de madera para remover. NO usen
metal. Con la garganta seca y el estómago pidiendo parte, nos concluimos un
pincho de chorizo, que a esta altura de la función queda poco, un trago de
Chianti y seguimos con la charla de bueyes perdidos y cosas por hacer, mientras
ponemos las cebollas, los ajos, los pimientos y los tomates muy bien cortados
en el caldero, con un chorrito de aceite. Recomiendo seguir las pautas de
prudencia con este elemento graso, porque los chorizos, la morcilla y sobre
todo la panceta ya le proporcionaran suficiente sebo al preparado.
Rehogamos
por un momento y agregamos los chorizos y la panceta cruda cortada en trozos
pequeños para que suelte la sustancia grasa y el pimentón de los chorizos, que
darán ese fondo riquísimo para pervertir el gusto y puchar pan. Incorporamos
los cachos de trippa y removemos para ir acomodando el contenido. Llenamos de
agua hasta cubrir el sólido y dejamos a fuego muy lento durante casi tres
horas. Fuego suave,….muy suave, para que el mondongo suelte muy despacio la
gelatina que hace insuperable el final. Sobre la cocina a leña donde los
preparó Gianna, es como se deberían imaginar, pero nos tenemos que acondicionar
con la modernidad de las hornillas a gas. A la mitad del tiempo de cocción, le agregamos una cucharada de pimienta negra en grano, una pizca de sal y las
morcillas. Si hemos dispuesto el invento como corresponde, no le hace falta
nada más que tiempo, ni le ponemos harina, ni hacemos ninguna clase de sofrito ni
le incorporamos ningún espesante, descubrimos que lo que se dicta es el buen
gusto, es la satisfacción pura.
La gelatina propia del mondongo nos dará el
punto espeso, la evaporación del líquido sobrante nos dejará esa consistencia
justa, que nos tienta a bañar pan, y el color y el sabor, después del bullido
del chorizo y la morcilla, serán mucho más que equilibrados para nuestra
buseca. Llegados a este punto, nos preparamos para degustar lo que va a ser un
plato sublime, servido en esa cazuela de barro que tenemos caliente, y si es
posible, y se tiene a mano, paladear con cuchara de madera, una expedición
alucinante al más profundo sentido, de la cocina del pasado.
“El cocinero en casa”
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