martes, 9 de febrero de 2016

Stinco di agnello, jarrete de cordero

“El sexo es como cocinar, cualquiera puede hacerlo, pero no todos lo hacen exquisito”
Apto para celíacos
Hay platos en los que me regocijo, otros con los que me transporto a un espacio más allá, pero con algunos muy pocos, me siento indefenso ante tanta delicia. Detengo el tiempo y me embriago perdiendo la noción del grado y el estado. La cocina de Giuliano Franccelli, emana una calidez con aroma mágica, que embelese al más pintado, aunque intente poner resistencia desde el principio. Todo en ella resume antiguas formas, los calderos, las mesadas, los hornos, las planchas, un acabado que está impoluto aunque lleva en uso muchos, pero muchos años de guisados. Y para el agasajo, en una batea de hierro fundido, una de las que hace inmenso tiempo que no veía una, se disponen una suerte de verduras de huerta como fondo, con una copiosa cucharada de mantequilla de cabra. La pinta del stinco ya dice bastante desde el crudo, se ve fresco, tan fresco que aún no ha llegado el frío a su interior. La pieza está dispuesta sobre este colchón de verduras entre las que podemos contar unas cebollas cortadas en trozos grandes, unas zanahorias en rodajones, unos tallos de apio partidas al medio, unas ramitas de tomillo de la huerta del fondo, unos dientes de ajo enteros, pero machacados, una cantidad de setas abundantes, una buena botella de caldo tinto, y sobre la carne, una generosa mezcla de sal y pimienta recién molida, más bien tirando a pimienta partida en un granulado grueso. Un chorrito de mantequilla derretida por encima de la pieza y al horno de leña por espacio de un largo y entretenido momento, que se hace eterno cuando sentimos el aroma que despide el guisado. Entre leña y fogón, charla de bueyes perdidos, queso y chorizo con una copa de Lambrusco Mantovano, nos sentamos a preparar el gustillo para lo que se aproxima. 

Nada defrauda a la cocina creada con el deje por la auténtica manera de las cosas sin inventos. Desde luego puedo asegurar que la apariencia es espectacular, pero el gusto es infinitamente superior a cualquier visión. La prueba, ni les cuento, clama presencia el fetiche del la inquisición. Llegados a este punto, no quedarán más que los huesos de lo que hemos disfrutado y nos colaremos en la exploración de esas ejecuciones garabateadas en “il ricettario”, para que con los preparados y combinados que harán las delicias de quienes nos acompañan en el camino, entremos en un trayecto en el que no queden reseñas ni relatos por contar, y el resultado sea para que la parte final del itinerario nos implique solo en regocijarnos con desenlaces memorable.

“El cocinero en casa

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