miércoles, 17 de junio de 2015

Un café en algún lugar de Roma

Apto para celíacos

Muchas veces hemos pasado por delante de una cafetería ó simplemente un bar, sin hacer caso a su historia ó su contenido esencial. Un lugar ruidoso muchas veces, con olores a cocina otras, pero siempre es motivo de reunión, de acercamiento con los amigos, un momento para la pausa del día y charlar con quién nos apetece y compartir una taza de café. ¿Pero qué hace que la gente consuma, disfrute y hasta se regocije con una taza de este líquido negro como el diablo? Dice la historia por allí, que el origen de estos granos es incierto. Unos lo atribuyen al lejano terruño de Etiopía, otros se acreditan el descubrimiento en las tierras de Yemen desde donde se propagó para ser cultivado en las tierras árabes, pero el caso es que sea de dónde sea que haya sido cultivado por primera vez, se ha popularizado de tal forma, que nadie, y digo nadie con un buen argumento, se esquiva de probar una tacita de este brebaje que se obliga a beber caliente como el infierno. La cuestión es que tres bebidas no alcohólicas llegaron a Europa en menos de dos siglos y las tres por separado y en conjunto, hicieron que las inclinaciones y los ritos de los pueblos del mundo cambiaran para siempre. El cacao llegó a Europa transportado por los españoles en el año 1.528, el té, llegó en las barcas de los holandeses en 1.610 y más tarde los mercaderes venecianos, en 1.615, trajeron el grano de café, protagonista de este escrito y que me disfruto en una de las tantas terrazas dispuestas en las plazoletas de esta preciosa Roma, 

atravesando y serpenteando por esos pasadizos que son fascinantes y que encuentro en cada recodo después de una y otra esquina florida.
El café en Italia es una cuestión de estado, y es de obligado rendibú, saber ciertas particularidades antes de meter la pata y quedar como cocoliches improvisados y alocados. Dejando a un lado la cantidad de formas y presentaciones, que mencionaré más abajo, es de convenio digno a este efluvio, que ha de saber suave como el amor y ser puro como un ángel, que jamás tendremos que pedir un cappuccino después de las diez y media de la mañana y nunca un espresso después de cenar.
Protocolo exige compostura y la costumbre manda. Muchas son las formas en las que podemos disfrutarnos esta pócima, pero con conocimiento de causa, y para ello debemos tener en el cuaderno unas cuantas anotaciones. Uno de los café más populares en cualquiera de las terracitas ó cafeterías que encontramos desperdigadas en los más inverosímiles rincones del entorno, es el cappuccino. Este café es el rey de los consumidos y está dispuesto con un tercio de café espresso, un tercio de leche caliente y un tercio de espuma. Manda rito y sobre todo, tradición, que no se pida un cappuccino después de cierta hora del día, no solo por el hecho de no poder hacerlo, sino por el lujo del disfrute. 
El cappuccino es el café por excelencia de la mañana italiana, junto con una bollería excepcional se disfruta hasta cierta hora y no después. Cuenta la leyenda su historia acerca de este preparado, pero entre que unas son inventadas para la fama y otras no tienen mucho fundamento, nos vamos a disfrutar el resultado presente que nos va a llevar a un buen sabor de boca y conformismo exquisito. 
Hay otros preparados que se amoldan y se acomodan preferibles al gusto después de este momento y que también tiene un lugar sin comparación en el deleite. Los cafés espresso, muy corto y fuerte, a cualquier hora y circunstancia del día, caffé con panna, en taza mediana con la nata caliente en la parte superior, ristretto, un espresso muy concentrado, café americano, 
un café lavado por llevar más agua de lo normal, ó lungo, con más cantidad de agua pero intenso en sabor, macchiato, por estar presentado con algunas gotas de leche que pueden ser frías ó calientes, caffé latte, que se prepara al revés donde primero va la leche caliente y sobre ésta se vuelca el café, ó doppio, que se presenta en la misma taza dos espressos, son alternativas en el día de plazuelas y cafeterías en las calles de Roma.
He tenido la oportunidad de caminar y pararme a degustar muchos, y muchos cafés en muchas partes, pero un café en Italia es sinónimo superlativo que no he podido comparar en ningún otro andurrial. Por supuesto está, que después del caffè, vienen los bollos.-

“El cocinero en casa”

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