Apto para
celíacos
Muchas veces hemos pasado por delante de
una cafetería ó simplemente un bar, sin hacer caso a su historia ó su contenido
esencial. Un lugar ruidoso muchas veces, con olores a cocina otras, pero siempre es motivo de reunión, de acercamiento con los
amigos, un momento para la pausa del día y charlar con quién nos apetece y
compartir una taza de café. ¿Pero qué hace que la gente consuma, disfrute y
hasta se regocije con una taza de este líquido negro como el diablo? Dice la
historia por allí, que el origen de estos granos es incierto. Unos lo atribuyen
al lejano terruño de Etiopía, otros se acreditan el descubrimiento en las
tierras de Yemen desde donde se propagó para ser cultivado en las tierras
árabes, pero el caso es que sea de dónde sea que haya sido cultivado por
primera vez, se ha popularizado de tal forma, que nadie, y digo nadie con un
buen argumento, se esquiva de probar una tacita de este brebaje que se obliga a
beber caliente como el infierno. La cuestión es que tres bebidas no alcohólicas llegaron a Europa en menos de dos siglos
y las tres por separado y en conjunto, hicieron que las inclinaciones y los ritos
de los pueblos del mundo cambiaran para siempre. El cacao llegó a Europa transportado
por los españoles en el año 1.528, el té, llegó en las barcas de los holandeses
en 1.610 y más tarde los mercaderes venecianos, en 1.615, trajeron el grano de
café, protagonista de este escrito y que me disfruto en una de las tantas
terrazas dispuestas en las plazoletas de esta preciosa Roma,
atravesando y
serpenteando por esos pasadizos que son fascinantes y que encuentro en cada recodo después de una y otra esquina florida.
El café en Italia es una
cuestión de estado, y es de obligado rendibú, saber ciertas particularidades antes
de meter la pata y quedar como cocoliches improvisados y alocados. Dejando a un
lado la cantidad de formas y presentaciones, que mencionaré más abajo, es de
convenio digno a este efluvio, que ha de saber suave como el amor y ser puro
como un ángel, que jamás tendremos que pedir un cappuccino después de las diez
y media de la mañana y nunca un espresso después de cenar.
Protocolo exige
compostura y la costumbre manda. Muchas son las formas en las que podemos
disfrutarnos esta pócima, pero con conocimiento de causa, y para ello debemos
tener en el cuaderno unas cuantas anotaciones. Uno de los café más populares en
cualquiera de las terracitas ó cafeterías que encontramos desperdigadas en los
más inverosímiles rincones del entorno, es el cappuccino. Este café es el rey
de los consumidos y está dispuesto con un tercio de café espresso, un tercio de
leche caliente y un tercio de espuma. Manda rito y sobre todo, tradición, que
no se pida un cappuccino después de cierta hora del día, no solo por el hecho
de no poder hacerlo, sino por el lujo del disfrute.
El cappuccino es el café
por excelencia de la mañana italiana, junto con una bollería excepcional se
disfruta hasta cierta hora y no después. Cuenta la leyenda su historia acerca
de este preparado, pero entre que unas son inventadas para la fama y otras no
tienen mucho fundamento, nos vamos a disfrutar el resultado presente que nos va
a llevar a un buen sabor de boca y conformismo exquisito.
Hay otros preparados
que se amoldan y se acomodan preferibles al gusto después de este momento y que
también tiene un lugar sin comparación en el deleite. Los cafés espresso, muy
corto y fuerte, a cualquier hora y circunstancia del día, caffé con panna, en
taza mediana con la nata caliente en la parte superior, ristretto, un espresso
muy concentrado, café americano,
un café lavado por llevar más agua de lo normal,
ó lungo, con más cantidad de agua pero intenso en sabor, macchiato, por estar
presentado con algunas gotas de leche que pueden ser frías ó calientes, caffé
latte, que se prepara al revés donde primero va la leche caliente y sobre ésta
se vuelca el café, ó doppio, que se presenta en la misma taza dos espressos, son
alternativas en el día de plazuelas y cafeterías en las calles de Roma.
He
tenido la oportunidad de caminar y pararme a degustar muchos, y muchos cafés en
muchas partes, pero un café en Italia es sinónimo superlativo que no he podido
comparar en ningún otro andurrial. Por supuesto está, que después del caffè,
vienen los bollos.-
“El cocinero en casa”
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