miércoles, 3 de junio de 2015

La pasión es un instante,.... y un instante es toda una vida

Ha pasado un tiempito desde el último escrito, y no ha sido por falta de ganas que no estuviera presente. La razón y el motivo,…… he aventurado la inquietud por descubrir qué, cómo y dónde se puede encontrar una cocina diferente para narrar, y como digo en el encabezado,….la pasión es un instante y un instante es toda una vida. Puedo deciros que después de la experiencia, me he reencontrado con las sensaciones que había olvidado. Ha sido una exquisita experiencia para los sentidos, un resumen para descubrir que no todo es política y fútbol y no todo es aburrido. Los sabores se pueden separar de las tertulias tediosas de aquellos empecinados en hacer girar el mundo en una sola tendencia, se puede aislar el ruido, se puede aislar el sentido y sobre todo se puede aislar el gusto, para caer rendido ante uno insuperable, el gusto por disfrutar.
 Hoy empezando una nueva saga y siguiendo en un continuo estado de atención a la dieta celíaca, nos vamos a sumergir en un mundo diferente, exótico y hasta casi puro, el mundo del caviar.
Dice la historia por allí, que ya antes de que los romanos con su imperio y su forma de hacer las excursiones, dejando secuelas de sus complacencias, los persas se daban un buen gusto con las huevas del esturión. Decir caviar, es asociar inmediatamente ríos de Rusia, fríos, especiales y mágicos, con accesos complicados y escabrosos que hacen que el producto de este pez sea inmensamente valorado, solo para clases pudientes y floridas, pero es chocante que un mismo producto selecto como único para algunos de alta casta familiar, sea al idéntico tiempo, alimento suculento para pobres en otras sociedades. Mientras los zares rusos agasajaban con caviar en sus fiestas y convites al más alto estilo aristocrático, del otro lado del charco, los americanos, tenían tanta pesca en los ríos de la costa este, en sus primeros asentamientos, que la producción de caviar paliaba la hambruna de las colonias.
                         
Mucha agua ha pasado bajo el puente desde esas épocas y después de poner en boca de medio mundo un delicioso producto con la estampida de la nobleza rusa a continuación de la revolución del 17, y sin llegar a poner en la mesa un caviar de Kalix, llegamos a los días de hoy en los que no tenemos que correr mucho para encontrar en nuestros ríos este resultado distinguido. Y arribados a este punto, me embarqué en la prueba y disfrute de los extraordinarios huevitos que tanto se han valorizado. En medio de una explosión de sensaciones, sin blinis, sin tostadas de integral, solo con una botella de Taittinger muy fría y la compañía exquisita de” Elena”, sinónimo de la delicada expresión de la prueba, pude disfrutar el resultado de nuestro Riofrío. Para aquellos flojillos en geografía y que no se dejan impresionar por la sapiencia ajena, les cuento igualmente, que estamos ante uno de los mejores y más productivos reductos para la cría y producción de esturiones de España, que consecuentemente, claro está, nos dejan el motivo de este escrito, el caviar.                                  
En cualquiera de sus revelaciones, en cortejo para deliciosas preparaciones, como único protagonista, en una cucharilla de nácar ó en una de cristal Baccarat, el caviar consigue resultados exquisitos. Este producto natural, sin aditivos químicos, sin conservantes más allá de los permitidos para su control de calidad, es aptos cien por cien para las dietas sin gluten y estoy seguro que podemos elaborar una variedad de platos más allá de las que muestro hoy en la presentación. En el transcurso de la charla, preparamos un buen café para culminar ese recuerdo, ahora que somos mayores y nos permiten hacerlo, y en este punto tenemos la satisfacción de la empresa bien terminada y el reconocimiento de los que serán agasajados con esta deliciosa opción, que realmente, es exquisita y no tiene precio, bueno si lo tiene, pero aceptable.
“El cocinero en casa”


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